Siento
el agua golpeando mi piel… me toca, huye y me vuelve a tocar. Apenas me siento
con fuerzas. Mi cara se hunde en un mar de arena, estoy en una playa. Comienzo
a recordar la tormenta, el barco, los gritos, el silencio… Poco a poco intento
abrir los ojos y precisar mi visión, este mínimo esfuerzo me resulta agotador.
Según voy recuperando fuerzas, me permito realizar más movimientos, giro mi
cuerpo y siento el sol golpeándome. Su calor es poderoso y su efecto en mí,
desmoralizante. Vuelvo mi cabeza hacia un lado, solo puedo ver costa, arena y
una selva frondosa que empieza a formarse a unos metros de la playa. Salpicando
la arena hay restos del barco en el que viajaba hasta hace bien poco, sería una
buena idea ver si encuentro algo de provecho allí. Poco a poco levanto mi
espalda de la arena. Estoy sentado en la orilla, la marea me golpea las
piernas, llenas de heridas, así como el resto de mi cuerpo. Al frente solo veo
mar. Algunas aves pasan volando cerca de mi cabeza. Por el sonido que hacen
pienso que se burlan de algo, seguramente sea del aspecto que tengo.
En
los restos del naufragio no encontré nada relevante. Quizás tenga más suerte en
la selva. Siento mucha sed, mis labios están secos. Y el hambre… qué decir del
hambre. Con paso poco elegante me dirijo a los primeros árboles. Cuando llevo
recorrido algunos metros de selva, me encuentro rodeado de un mar verde, se
escuchan miles de sonidos distintos. Aves de variados colores pasan volando muy
alto. Insectos que nunca he visto en mi vida se acercan a mis doloridos pies.
Pero hay un sonido que me revive el ánimo, suena a… ¡agua!, ¿un río, un lago?
Las ideas se agolpan en mi mente, mientras corro entre los árboles evitando
caerme e intentando orientarme. De repente el sol me golpea el rostro, durante
unos segundos estoy ciego. Cuando consigo recomponer mi vista, ante mí hay un
manantial y una pequeña cascada que lo nutre. Corriendo como nunca he corrido
en mi vida me lanzo a la orilla. El agua está fría. Doy vueltas de placer en el
manantial y bebo, bebo mucha agua. La suerte vuelve a estar conmigo, ya no
estoy sediento. Pasa un buen rato, me siento en la orilla, encima de una
piedra. Recupero un poco el aliento.
Es
una ilusión mía o me parece haber visto algo moverse en el agua. Intento precisar
la vista. Durante unos segundos guardo silencio. ¡Ahí está! Algo ha salpicado
de nuevo. Me levanto y me yergo sobre la piedra. Bajo la superficie del
manantial una sombra se acerca a donde yo estoy. A pocos metros de mí, la forma
comienza a surgir del agua. Soy incapaz de pensar mientras florece del agua la
figura, es una mujer, demasiado bella, una diosa quizás, su piel comienza
siendo turquesa, pero según asciende y se aleja del agua, se vuelve blanca.
Termina su ascensión, sus pies quedan levemente por encima del agua, como si
flotara. Es mucho más alta que yo. No habla. Tras la impresión inicial, ahora
comienzo a ser capaz de verla con claridad. Su pelo es rojo, como el fuego. Sus
ojos permanecen cerrados. Las facciones de su rostro son delicadas, sus labios
muy finos. Su cuello es largo y delgado. Sus pechos me recuerdan a las
manzanas, su piel es clara, aunque sus pezones tienen un color muy oscuro. En
su tripa hay una serie de tatuajes, son signos que desconozco. La parte
inferior de su cuerpo me recuerda a un instrumento que tocaba un tripulante del
barco, una guitarra. Finalmente, sus pies tan cerca de la superficie del agua
es la única parte de su cuerpo que ha quedado color turquesa. Permanecemos una
eternidad así, uno frente al otro. De repente se acerca un poco más y una de
sus manos se acerca a mi rostro.